Cuando estás cerca de un bebé que comienza poco a poco a adquirir habilidades en el lenguaje es cuando realmente empiezas a ser consciente de lo importante que es el modo en que nosotros, el entorno más cercano, nos comunicamos con él y lo más peligroso, cómo nos comunicamos con el resto del mundo, ya que ellos son esponjas que lo absorben todo y copian o imitan nuestra forma de expresarnos. Mi preocupación no viene por el uso de tacos o palabras malsonantes, al menos hasta el momento no he tenido que enfrentarme a eso y creo, que no suelen estar presentes en mis conversaciones cotidianas. La cuestión es más de expresiones o frases hechas que se cuelan de manera habitual en mis coloquios. (Y yo sin darme cuenta).
La primera vez que fui consciente de algo así fue gracias a mi sobrino. Él era un bebé que no pronunciaba una sílaba, pero que de repente a los dos años comenzó a hablar hasta por los codos. Yo, que pasaba bastante tiempo con él un día me vi reflejada en uno de sus discursos. No recuerdo con exactitud qué anécdota estaba contando pero sí que lo explicaba como algo de vital importancia, como cualquier suceso para alguien de su edad. La cuestión es que comenzó la perorata con un “Nuria, por Dios”. Y ahí me quedé yo paralizada, siendo consciente de que esa era una expresión robada y meditando sobre el excesivo uso que yo hacía de aquello, que llegó a ser una coletilla recurrente en mis diálogos. En ese momento dije para mí “Por Dios, o este niño pasa demasiado tiempo conmigo o mejor dejo de decir Por Dios”. Lo he intentado, no estoy segura de que lo haya conseguido.
El tema en cuestión, el de las coletillas, que como los amores de Tamara van y vienen, se ha vuelto a repetir con Teresa. Desde hace unos días me he dado cuenta de que suele terminar cada explicación con la pregunta “¿sabes?”. Algunos ejemplos son estos: “Mañana viene papá, ¿fabes?”, “Ya no neno pupa, ¿fabes?” “Yo soy mayor, ¿fabes?”.
En este caso no es que yo acabe así todas mis frases, es más bien que cuando hablo con ella, sin darme cuenta, le suelo reforzar de este modo lo que le cuento, como para hacerla hablar, al menos eso creo, y ella, como esponjita que es, lo copia todo. Así que ahora estoy corrigiéndome a mí misma cada vez que hablamos, no vaya a ser que la confundan con Tamara Falcó.