Llegada esta época del año comienza una espiral de
actividades en el colegio para la que no ves luz hasta el día en que por fin
llegan las vacaciones de Navidad. En esta ocasión la pesadilla comienza antes
incluso de las propias tareas decorativas que llegarán a tu casa un día sí y
otro también desde finales de noviembre. La pesadilla en nuestro caso llegó el
día que se les ocurrió intentar poner de acuerdo a los padres del colegio sobre
los actos con los que el centro celebraría la Navidad. No consigo entender
quién ha sido el genio que ha pensado que sería posible alcanzar consenso.
Comenzó una sucesión de correos y circulares con propuestas tan dispares que
alcanzaban desde no celebrar nada para mantener el más puro espíritu laico,
hasta organizar una función sobre el cuento de la Navidad o montar un Belén
viviente. Después de una locura de debates absurdos se optó por lo más
sencillo, hacer exactamente lo mismo del año pasado. Y del anterior.
En este punto empieza la carrera de manualidades. Un
día decoramos una campana, al día siguiente
una estrella, otro día hacemos un chrismas, en otra ocasión los padres
acuden al centro a hacer manualidades navideñas con los niños por si los
pequeños no han tenido suficiente. He terminado saturada de cartulinas, pegamento,
telas, pinturas, espumillón y purpurina. Pensaba que no tenía sentido agotar a
los niños con tanta actividad navideña hasta comprobar con mis propios ojos que
los niños hacer, lo que se dice hacer, han hecho poco. Allí llega un pobre
incauto con su cartulina churreteada de pegamento y color, con alguna suerte de
brillantina por alguna esquina, cuando de repente te encuentras con trabajos
dignos de pequeños genios, más propios de Picasso en su etapa azul que de niños
de cuatro y cinco años. Ante semejante fraude me pregunto cómo he podido yo
terminar hasta el gorro de manualidades. No puedo imaginar cómo estarán los
padres artistas de la goma eva y el bricolaje.