viernes, 28 de mayo de 2010

Despertares

- Mamá…….¿atamos? (¿nos levantamos?)

- No, que todavía es pronto, duerme un poco más.

Se pone el chupe y se da media vuelta.

- Mamá agua.

Espera un poquito Teresa, si ya mismo nos levantamos. Ahora bebes.

- Agua, agua, agua, agua!

Me doy por vencida, como tarde un segundo más se pone a llorar y ya no hay posibilidad de ese cuarto de hora más en la cama. Me levanto, voy corriendo a la cocina y vuelvo volando por si acaso se baja de la cama. Bebe agua (todo el vaso) y me vuelvo a tumbar haciéndome la dormida para que no le de por entablar conversación.

Sólo unos minutos después guantazo en la espalda. Yo estaba transpuesta…¿se puede uno dormir tan profundamente en tan corto espacio de tiempo?

- Mamá bibi.

- No, todavía no, duerme un rato más (otras veces ha funcionado)

- Mamá tatos. (zapatos)

- No, Teresa, duérmete.

- Mamá elo (suelo).

- Por favor… duerme un poco más.

Jeje, parece que la he convencido se vuelto a poner el chupete, se acabó la charla.


De nuevo transpuesta.

- Ding-dong.

Casi me perfora el ombligo así que Teresa gana.

- Venga, nos levantamos.

- ¿Co-quéeee? (¿Por qué?)

- Ay Teresa, menos mal que mañana es sábado, está papá y te levantas con él.



lunes, 24 de mayo de 2010

Mi parto por partes (II)


De vuelta a la habitación después de mi estancia en monitores y una vez administrado el calmante intenté dormir. Afortunadamente las contracciones llegaron y esta vez de forma natural. Después de todo el día yo estaba tan agotada que el sueño me vencía entre una contracción y otra. Toda la noche la pasé agarrando la mano de mi marido, pellizcándole, estrujándole y él dejándose hacer y observándome en silencio como con miedo a decir o hacer algo que me hiciese sentir peor. Y así, mirándonos y agarrándonos se hizo de día. Un día en el que yo ya me había mentalizado que sería como el anterior, porque el dolor no llegó a ser más intenso. Así que decidí pasar un buen rato debajo de la ducha hasta que llegase de nuevo el momento de un nuevo control. Una vez monitorizada se presentó ante mí una mujer que tuvo bastante tacto a la hora de realizar la exploración. Me dijo que el momento del parto estaba cerca, que ya tenía más de cuatro centímetros de dilatación y que me pondrían la epidural como yo había solicitado. Le agradecí tanto sus palabras que le pregunté cómo se llamaba, “Raquel”, y además me animó diciendo que tendría un buen parto.


Cuando me volví a reunir con mi marido ya tenía la epidural y estaba tan tranquila que pudimos charlar bastante rato y bromear porque, quizá una dosis muy alta, yo no sentía ni las piernas.

En una ocasión le pedí que me mirase porque noté un ruido raro. Sé que es demasiado escatológico pero creí que me había cagado encima. Él me dijo que no y no fue hasta después del parto cuando entendí qué fue aquello que sentí. En cuanto a la monitorización volvían a indicarme cada cierto tiempo que me había movido. Llegué a pensar que aquellos aparatos debían estar obsoletos. Para cuando me trasladaron a la sala de partos yo seguía sin sentir absolutamente nada, tanto es así que tenía que ponerme la mano en la tripa para saber cuándo debía empujar. Mi marido miraba expectante y con toda libertad todo lo que sucedía, y yo creo que él era más protagonista de todo aquello que yo. El ambiente era tranquilo y todo el mundo me animaba pero finalmente decidieron que una de las enfermeras se subiese literalmente encima de mi barriga para empuja a la niña. Hubo episotomía de la que yo me enteré por la retransmisión de mi marido. Ya digo que tenía la sensación de que si no llega a ser porque fui la portadora de la niña, no me dejan entrar.


Sin embargo, hubo un hecho que me devolvió a la realidad y que me hizo ser consciente de golpe del momento tan crucial que estábamos viviendo. Me dijeron que la cabeza ya estaba fuera pero que la niña venía con tres vueltas de cordón y además se había hecho caca.

En un solo instante percibí como las caras de todo el personal habían cambiado. Reflejaban preocupación y de repente todo se aceleró. Mi hija ya estaba en este mundo y yo no la había visto.

A unos metros de mí empezaron a aspirarla y le pidieron colaboración a mi marido. Él me decía que era muy guapa, que la tenía en las manos, que ya la vería, pero yo solo escuchaba que llamaban con urgencia a un pediatra. Creí que estaba viendo una película, que mi cuerpo no era mi cuerpo y que todo aquello que sucedía allí era una representación de la que yo era espectadora.


El pediatra llegó y exploraba a mi hija mientras, creo, si no recuerdo mal, me estaban dando puntos. Cuando pregunté qué le pasaba estas fueron sus palabras: “¿No ves que no llora?” Sí, me di cuenta en ese momento. El ruido que emitía era igual que el de un pequeño gato quejándose. “Habrá que esperar un rato para ver su evolución”, añadió.

Yo ya quería verla, quería tenerla encima, abrazarla, besarla, darle la vida que tan mal le había dado, o al menos así lo sentí. Entonces la trajeron. La rodeé con mis brazos y no pude decirle nada mientras ella me miraba con dos ojos enormes y me examinaba minuciosamente. No sé si en ese momento lloré como sí hago ahora cada vez que recuerdo ese primer encuentro.



viernes, 21 de mayo de 2010

Mi parto por partes (I)


Después de leer las experiencias de otras mamás, hoy me he animado a relatar el parto de Teresa. Mejor dicho, los recuerdos del parto, ya que contrastándolos con mi marido me di cuenta, días después, que tenía algunas vivencias confusas.


Teresa llegó al mundo el 25 de enero de 2009, un domingo a las 18:10 horas, sin embargo mi periplo comenzó el sábado alrededor de las 10 de la mañana. Después de las últimas semanas acudiendo a controles decidieron que lo mío sería un parto inducido.


Así, nada más ingresar en el hospital me llegó mi chute de prostaglandinas por medio de un tampón y a esperar en la habitación. Puedo asegurar que en tan sólo una hora ya empecé a sentir dolor, aunque claro, todavía no sabía lo que me esperaba. A lo largo de todo el día no paré de vomitar, aunque todavía tenía capacidad para arrastrarme por la habitación y los pasillos. A pesar del malestar y del dolor constante pensaba que cada vez estaba más cerca el momento de ver a mi hija y los ánimos todavía no habían decaído.


Sin embargo, cuando a última hora de la tarde volvía a monitores el cansancio y abatimiento hicieron mella. Recuerdo que un chaval joven me indicó que tenía que realizar una exploración para valorar el estado del cuello del útero. No sé por qué razón nadie me previno de esto porque si uno va preparado puede que reaccione de forma diferente, yo en cambio, sentía tanto dolor que me retorcía y me desplazaba hasta la parte más alta de la camilla. “Si no te dejas explorar no puedo hacer nada, te vuelves a la habitación y listo”. Estas fueron sus palabras mientras yo le suplicaba que me diese unos segundos en los que yo me encomendaba a todos los santos, contaba hasta diez, buscaba un punto en la pared, recurría al yoga, la meditación, y me cagaba en su santo padre pensando en por qué me habría tocado a mí precisamente este tío tan borde. La maniobra la volvió a intentar dos veces más y finalmente volvía monitores donde me acompañaba David al que ya habían avisado de que “estaba muy nerviosa”.


En la sala estábamos solos y cada cierto tiempo venía alguien a comunicarme que me había movido, así que debía continuar un rato más monitorizada. Yo estaba segura de que no me había movido pero en algunas ocasiones tuve que preguntárselo a mi marido porque yo ya no me fiaba de mí misma. Desde la sala podía escuchar como el personal estaba viendo un partido de fútbol mientras cenaba. Esto no tiene nada que ver conmigo pero a estas alturas de la historia, con un dolor insoportable acompañado de vómitos y con el personal haciéndome sentir como una idiota histérica pues como que me puso de peor leche.


Después de la cuarta vez que alguien se pasó por la sala y me volvieron a insistir en que me había movido nos dijeron que sería mejor retirar el tampón y administrarme un calmante para que pudiese dormir. A la mañana siguiente repetirían el mismo protocolo. Durante todo el día esto fue precisamente lo que yo temí escuchar, pero en ese momento sentí un gran alivio porque pensé que para enfrentarme un día más a esa tortura, al menos, tenía que estar descansada.

miércoles, 19 de mayo de 2010

De nuevo en el parque

Teresa es una niña sociable aunque en algunas ocasiones desconfía de la gente y su carácter extrovertido se vuelve de repente cauteloso. En este video creo que se aprecia bastante bien. Esto sólo le había pasado con gente mayor, nunca con niños, pero ahí la vemos intentando evitar entrar en contacto con la niña y mirándola de reojo.


viernes, 14 de mayo de 2010

Recuperar la calle


Una de las cosas que considero más tristes para los niños de hoy es haber perdido la oportunidad de ocupar las calles. En mi infancia, las calles tenían dueño y no eran precisamente los parquímetros. Pasear por cualquier lugar de la ciudad en horario de tarde se convertía en una proeza para cualquier adulto que debía cruzarse en su camino con montañas de niños corriendo de un lado para otro, jugando a la pelota, persiguiéndose, manejando bicicletas o patines, saltando a la comba o construyendo improvisados tenderetes con cartones en los que vender a cualquier primo una pulsera o collar fabricado con macarrones coloreados.


Las meriendas, lejos de degustarse frente al televisor antes de iniciar una partida en play station, se realizaban en la calle donde además se podían probar varios sabores de bocadillos de los amigos e incluso esconderlos bajo una planta.

Los niños de ahora tienen muy condicionado el juego. Los parques están masificados y la parte imaginativa del juego se reduce considerablemente en espacios tan reducidos y bajo la estricta supervisión de los padres.


La explosión automovilística en las ciudades, el miedo a la inseguridad ciudadana y la excesiva carga de actividades programadas por los padres ocupados que necesitan organizar un horario equiparable al laboral para sus hijos, ha desencadenado en una pérdida progresiva del espacio del que antes sólo los niños eran los dueños. Recuerdo con nostalgia cómo en mi niñez, en los raros casos en los que algún coche que intentaba atravesar mi calle, se debía esperar a que una pandilla de mocosos le cediese el paso y los padres no tenían que vigilar los juegos porque el jaleo les confirmaba que todo iba bien.


¿Sería posible recuperar las calles para nuestros hijos?


lunes, 10 de mayo de 2010

¡Arriba!

Todo llega. Hoy por fin Teresa se ha levantado, sin ayuda, del suelo. La mayoría de los niños de su edad lo hacen sin dificultad pero a ella le ha costado lo suyo y es que se nota bastante que no ha gateado. Bueno, a decir verdad, hace unos días ha descubierto el gateo y a raíz de ahí creo que ha llegado el gran avance de hoy.
Todo empezó cuando jugábamos a imitar a un perro. Mientras yo le decía que parecía un perro ladrando, ella se reía e imitaba el sonido una y otra vez hasta que, muy resuelta, puso sus manos en el suelo, como ha visto hacer a otros niños, e intentó avanzar. Al principio le costaba, pero con lo tenaz que es, al final consiguió mantenerse así durante bastante rato. Como yo también estaba en el suelo, intenté hacer que apoyase las rodillas y al final cedió, aunque a decir verdad, todavía es bastante patosa.
He practicado muchos juegos con ella para intentar que gatee porque es algo muy beneficioso, según he leído. Sin embargo no ha sido posible, aunque ha reptado como una lombriz y se desplaza a la velocidad del rayo arrastrando su culete. Ahora que camina y corre por todos lados parece que se está volviendo más ágil y más arriesgada porque levanta los pies para intentar subirse a todos lados, quiere abrir las piernas como una bailarina (pero yo la freno), y sobre todo sube a cualquier lado para practicar saltos. Es asombroso porque medida que hace algún nuevo descubrimiento en su destreza física se lo pasa en grande.
Hoy, mientras estaba sentada en el suelo y la vi hacer movimientos pensé que iba a gatear cuando de repente ya estaba de pie. Creo que también para ella ha sido una sorpresa y se ha puesto a aplaudir. A partir de ahí lo ha vuelto a repetir por lo menos seis veces. Tanto le ha gustado que cuando la llevé a la cama para dormir la siesta no paraba de pedirme los tatos (zapatos).
Aunque en psicomotricidad ha ido algo lenta, Teresa progresa y yo diría que hasta destaca en el uso del lenguaje. Ya es capaz de construir frases con tres palabras e incluso puedo mantener conversaciones con ella, no, no estoy loca, jeje. Pero de esto ya hablaré otro día.

viernes, 7 de mayo de 2010

Tolerancia cero con los intolerantes


Desde hace tiempo, cada vez que me encuentro con situaciones que no me gustan, una idea me ronda la cabeza: ¿me estoy volviendo cada vez más intolerante? Cierto, ya estoy convencida al cien por cien. Yo que siempre me creí paradigma de la libertad, respetuosa con opiniones contrarias y con unas tragaderas enormes para cuestiones con las que no estoy para nada de acuerdo, resulta que mi cabeza, mi temperamento y hasta mi ego más interno han dicho todos juntos “basta, tolerancia cero con los intolerantes”.

Ya no estoy dispuesta a discutir según qué temas, ni soporto rebatir argumentos arcaicos con gente que es capaz de encenderme hasta hacer que la vena del cuello parezca a punto de estallar.

Todo esto viene a cuento de la Iglesia (con mayúscula) y su particular modelo de familia que, por todos los medios, intentan imponer como único modelo legal. Como nos descuidemos imponen un carné de autenticidad y veríamos entonces quién narices supera la prueba.

Aunque me encienda mucho este tema, no seré yo quien salga a la calle a decir a nadie cómo debe ser una familia e intentar sentar cátedra en el asunto, como sí hacen ellos desde sus púlpitos. Mucho menos entraré en el tema de las peras y las manzanas. Sin embargo, sí estoy convencida de que un matrimonio civil, un divorciado con hijos, los abuelos que crían a sus hijos, dos mujeres o dos hombres que se aman, todos ellos son una familia, del mismo modo que tantos otros ejemplos como familias mismas hay.

Todo esto lo escribo aquí para desahogarme un poco, porque lo que es discutir, argumentar o refutar opiniones contrarias; YO, YA HE DESISTIDO. Eso sí, quien quiera opinar lo contrario es muy libre, pero que no espere que yo le rebata.



miércoles, 5 de mayo de 2010

Recordando viejos tiempos


El fin de semana estuvimos de concierto. Llevábamos un mes con las entradas para ver a Alejandro Sanz en Córdoba y durante todo ese tiempo yo estuve dudando si iría o no, aunque a Papá no se lo comenté. Esta ha sido la primera vez que ninguno de los dos está con Teresa a la hora de acostarse y mi miedo era si nos echaría de menos o si lo pasaría mal y no querría dormir. Por suerte Teresa se lo pasó en grande y siguió con sus rutinas igual que siempre y fuimos nosotros quienes más nos acordamos de ella. Esa misma noche decidimos que al próximo concierto vendrá con nosotros, jeje.

A pesar de que en ningún sólo momento dejamos de acordarnos de la peque, salir juntos y disfrutar de una noche de pareja nos sentó fenomenal. La disfrutamos mucho más que antes, nos reímos como locos y volvimos a tener conversaciones de pareja en lugar de conversaciones de papás.

Aquí dejo la letra de la canción que más me gusta del último trabajo de Alejandro. Y eso que esta vez llegué al concierto sin haber tenido mucho tiempo para escuchar los nuevos temas ya que la única música que se escucha en casa es infantil.


Nuestro amor será leyenda

No hay doctor que me retenga
No hay dolor que me detenga
No hay planeta que me eclipse
O de tu lado me desvíe

Del clamor yo no dependo
Del halago me desprendo
No hay error que me resigne
Ni un porqué que me empecine

No hay rencor que me de frío
No hay amor como este mío
Tus acciones te definen
El destino es quien camine
No hay temblor que me delate
No hay distancia que esté lejos

Desde lejos nos tenemos en el fuego
Desde lejos nos tenemos en los mares
Desde lejos yo te siento amor
Desde lejos nos tenemos en los huesos
Desde lejos nuestros cuerpos se hacen aire
Desde lejos yo te puedo amar
Desde lejos nuestro amor será leyenda
Desde lejos hablarán
De este amor que es de leyenda van a hablar

No hay honor en esta guerra (ni en ninguna Guerra)
Ni fervor que la merezca
No hay un fin que me de brío
No hay bufón que me divierta

Si eres fe yo me convierto
Tu existencia me da aliento
Te lo digo convencido
No hay amor como este mío

Y eso siento más o menos
Y por eso mismo muero
Dime si no merecemos
Dar la vida en intentar
Si he de amarte desde lejos
Quiero hacerlo hasta el final… final, final.

Desde lejos yo te quiero con el fuego
Desde lejos yo te tengo con los mares
Desde lejos yo te siento amor
Desde lejos nos tenemos en los huesos
Desde lejos nuestros cuerpos se hacen aire
Desde lejos yo te puedo hablar
Desde lejos nuestro amor será leyenda
Desde lejos hablarán
De este amor que es de leyenda y tú te vas