martes, 30 de noviembre de 2010

22 meses juntas


Teresa ya ha cumplido 22 meses. En realidad es poco tiempo y sin embargo parece que llevo toda la vida con ella. Aunque quiera quedarme con todos los detalles de su vida las cosas se olvidan y ahora casi me cuesta acordarme de cómo era cuando no hablaba porque, la verdad, ahora sus conversaciones lo llenan todo. Creo que le es imposible estar callada y a duras penas lo consigue cuando duerme porque también hay momentos en los que habla en sueños.

Su idioma parece estar hecho a mi medida. Entiendo perfectamente todo lo que dice e incluso en ocasiones ante determinadas situaciones intuyo el discurso que vendrá después. Para mí es lo más sencillo del universo y por eso me cuesta creer que haya ocasiones en las que alguien no la entiende, sin embargo no me enfado como ella, que repite y repite lo que quiere decir y va subiendo el tono sintiéndose incomprendida. A veces intervengo y aclaro. En algunas ocasiones durante el fin de semana, cuando yo aprovecho para levantarme más tarde, la escucho contándole alguna cosa a papá una y otra vez mientras él pregunta y pregunta para solucionar el misterio de la frase incomprendida. En ese momento decido que total, no voy a poder coger el sueño y que no hay nada como mediar en un dialogo en que se plantean dudas.

Otras veces, como he dicho, nuestras mentes se conectan y le pido a sus interlocutores que no le recuerden a Bambi, ni siquiera cuando aparezca un cervatillo en la televisión. De lo contrario comenzará un interrogatorio sin fin que se resume básicamente en “¿por qué, por qué homes malos pean tio a mamá?, ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué pean tio?. Llegados a este punto, y si alguien no ha hecho caso de mis advertencias tengo que actuar rápidamente y recordarle a Teresa que la mamá de Bambi se curó finalmente y ahora está abrazada a su retoño, la abrazo y le digo “como nosotras”. Porque sí, porque yo ya sospechaba que había que cambiar algunos finales de cuentos antes de que alguien se lo contase de modo literal.

viernes, 26 de noviembre de 2010

La dermatitis y el frío

A finales del mes de octubre del año pasado Teresa tuvo un fuerte brote de dermatitis. En principio aparecieron unos granitos por la cara y el culete así que no le di demasiada importancia y continué aplicando la crema habitual. A medida que pasó el día los granitos fueron extendiéndose por todo el cuerpo y decidí llevarla al médico que me recomendó una crema con corticoides que le extendí por todas las zonas afectadas casi de inmediato. Pero la cosa fue a peor, Teresa no paraba de quejarse, estaba bastante molesta y la dermatitis se iba extendiendo por todo el cuerpo cubriendo incluso los párpados. La imagen de la niña era desoladora y temí que en lugar de un brote de dermatitis fuese algo peor así que volví al centro de salud y en esa ocasión la vio un médico de urgencias. A pesar de ver el diagnóstico de la pediatra que consultamos por la mañana, este médico nos envió inmediatamente para el hospital ya que temió que se tratase de alguna alergia o reacción y que la cosa fuese a más incluso que “le dificultase la respiración”, dijo. Imaginad en qué condiciones me presenté en el hospital.

El médico que nos atendió allí dijo poco pero me tranquilizó bastante. Me recomendó seguir el tratamiento que le habían prescrito y esperar un tiempo prudencial hasta que pudiese hacer su efecto. Reconozco que debió pensar que aquello no requería ninguna urgencia pero al fin y al cabo sólo seguí las indicaciones de un profesional.

El brote de dermatitis se fue mucho más lentamente de lo que había llegado. Aun así decidí llevar a Teresa a un dermatólogo privado. Sus indicaciones no variaron mucho de la rutina diaria que yo ya seguía. Hidratación continua, gel de baño para pieles atópicas y tejidos de algodón. También me comentó que cada vez es más frecuente encontrar a bebés que padecen este tipo de erupciones y que normalmente suele ir desapareciendo con la edad.

Desde aquel momento Teresa no había vuelto a tener ni una sola erupción hasta hace unos días. Se ve que la llegada del frío le afecta a su piel extremadamente sensible. Sin embargo en esta ocasión no ha pasado de unas manchitas rojas en una oreja, y parte de la cara, aunque le pica bastante. Aplicando crema en la zona el alivio es inmediato y ya hoy prácticamente ha desaparecido. Este año Teresa sabe expresar perfectamente lo que le pasa, ella misma me pide que le ponga crema porque entiende cuando le explico que es mejor no frotarse aunque le pique. Me imagino lo que tuvo que pasar el año pasado cuando no se podía hacer entender.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Soy mayor


“Soy mayor”, esta es la nueva frase de Teresa. Al parecer, saber saltar con los pies juntos es un escalón importante en su desarrollo, al menos así lo considera ella. Se pasa todo el día saltando y experimentando con distintos tipos de zapatos para ver cuáles son los que mejor contribuyen a esta nueva destreza. “Mía mamá, un mento, mía” (mira mamá, un momento), así empieza su exhibición de saltos que, en algunas ocasiones, finaliza en el suelo y otras con ella exhausta comentando “toy cansada”.

Le encanta sentirse mayor y me corrige si le digo que es mi pequeña. Eso sí, cuando le explico que los niños mayores no tienen chupete se hace la loca, como quien oye llover. Por ahora el chupete sólo lo usa para dormir, aunque lo reclama muchas otras veces. Creo que va a ser muy complicado que abandone este hábito y no sé cómo lo haremos, se admiten consejos.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Apego a los muñecos


Desde que Teresa era muy pequeña la acompañaba, a cierta distancia en la cuna, un oso de peluche que en el interior tiene una bolsita con unas bolas que se pueden calentar en el microondas y que se mantiene calentito durante bastante rato, aunque en realidad nunca le hemos dado este uso. Es El señor Oso. A pesar de que es el que más tiempo ha pasado con Teresa, el Señor Oso no es al que más cariño le tiene.

Aunque en un principio tenían un uso más decorativo que otra cosa, últimamente si que está mostrando apego por ciertos juguetes. Más que juguetes debería decir muñecos. Su preferido es sin duda Pinkinico, al que ella llama Kico, y que con ese nombre se quedará para los restos. Ya lleva un tiempo que quiere que la acompañe muchas veces a lo largo del día y siempre lo pone a su lado para dormir. Lo busca para todo y se acuerda de él hasta para comer aunque dice que no tiene boca. Cuando muchas noches de madrugada se despierta y pide venir con papá y mamá a la cama, Kico viene de acompañante.

Otra de sus amigas predilectas es Lola. Es una muñeca bastante fea, la verdad. Tiene el cuerpo pequeño, de trapo, y la cabeza, pies y manos de plástico. Su indumentaria es un pijama andrajoso de rayas, pero a Teresa le encanta sacarla a la calle y la sube incluso a los columpios o la pone a bajar por el tobogán. No quiere que se pierda ninguna de las grandes experiencias de la vida y a ésta sí que le ha dado a probar yogures, agua, y todo lo que se le antoja porque dice que tiene boca. Ni que decir tiene que también ha dormido con nosotros en la cama. No puedo poner una imagen de lla porque me ha sido imposible encontrarla y no tengo ninguna foto de ella en este momento, pero lo dejo pendiente porque merece la pena ver lo fea que es.

En este amor que se está despertando por los muñecos ha aparecido una nueva amiga, se trata de Nina. Esta es una muñeca de trapo que a mí si me parece bonita, cuyo único inconveniente es, según Teresa, que no tiene manos, y es que para ella, si el brazo no termina en dedos, tenemos un problema.

Teresa siempre es fiel a Kico, aunque para pasear suele turnar a Lola y Nina en función del plan de actividades que haya e incluso en ocasiones hay que salir con las dos. Les habla continuamente, les pregunta si quieren esto o aquello y las anima a jugar con ella. La cosa es que con este apego por los objetos que demuestra, en la cama muchas veces ya no hay sitio para mí.






miércoles, 3 de noviembre de 2010

Bronquitis

Después de meses sin tener que visitar al pediatra, el mal tiempo nos trajo también los primeros mocos, toses y finalmente una bronquitis. La buena de Teresa no se ha quejado nada, ni siquiera ha pasado una mala noche. No ha estado más mimosa, ni más llorona, ni ha comido menos de lo habitual, ha estado como siempre sonriente, juguetona, cariñosa y con las mismas ganas de mimos y bromas.

En sus visitas al médico se sube alegremente a la camilla, se deja desnudar con tranquilidad e incluso pregunta si se debe quitar los zapatos, su pediatra se parte de risa, no me extraña.

El único mal trago lo pasó el primer día que tuvo que acudir a que le pusiesen aerosoles. Cuando se vio con la mascarilla puesta no había forma de clamarla y no paró de gritar y llorar durante todo el rato, mucho más cuando notaba como yo la retenía con fuerza y le sujetaba los brazos y la cabeza, debió pensar que me había vuelto loca.

Al día siguiente le expliqué que volvíamos a ir a ponerle la mascarilla y se negaba. Por suerte ya venía papá con nosotras y le dijimos que si quería podía sujetarla ella sola pero que si no lo hacía lo tendría que hacer yo a la fuerza porque era la única forma de ponerse buena. Hay que ver lo que entiende un niño tan pequeño. Nos quedamos sorprendidos cuando se sentó en mis piernas y se puso la mascarilla mientras veíamos un cuento. No se quejó ni una vez y cuando terminó nos dijo que ya estaba buena y no tenía tos. La buena de Teresa también se acostumbró a la mascarilla.